Crujiente

 

Viernes que cierra el mes de marzo y qué mejor forma para despedirlo con un nuevo post de comida, esos que tanto gustan a la gente. Uno de mis platos preferidos tanto a la hora del dim sum o sino también viene bien para acompañar a la hora de la cena. El plato en cuestión: «roast pork» o lo que viene siendo trocitos de cerdo con piel crujiente. Mejor una imagen para ilustrarles.
 

Y se estarán preguntando que es el otro platito con una salsa amarillita. Pues se trata de mostaza, que hace de buen acompañamiento con el cerdo. Coger un pedacito, mojarlo un poco y la combinación entre el sabor digamos áspero de la mostaza y algo picante, junto con el sabor suave de la carne del cerdo con la piel crujiente, es una combinación total.

El proceso para conseguir el acabado crujiente de la piel no es tarea fácil y se lleva a cabo, por lo general, de forma manual. Nada de hornos que van dando vueltas de forma automática, lo que se lleva es alguien que aguanta a pulso el cerdo mientras le va dando vueltas sobre el calor de las brasas y poco a poco va consiguiendo un dorado uniforme en toda la superficie. Luego en el sabor se nota, y hay que tomarlo en su punto porque luego si se enfría pierde parte de su gracia.

¿Conocían este plato? seguro que tenemos entre nuestros lectores a gente que lo haya probado ya. Veremos lo que comentan.

¡Buen finde a todos!

 

Quietoo!

 

Todos sabemos que hay unas normas básicas de comportamiento ciudadano y especialmente cuando usamos el transporte público. Algunas tales como: dejar salir antes de entrar, respetar las colas o ceder el asiento a las personas mayores, madres con niños… En el caso que nos ocupa para esta entrada, nos centramos en las marcas del suelo que es habitual ver en la paradas de tren o de metro.

Sin duda, en las primeras son las que debemos prestar mayor atención ya que quedan estaciones en las que aún no hay compuerta de seguridad, con lo que debemos respetar las distancias junto con las indicaciones que vemos en la foto siguiente. Nada nuevo, ¿verdad? pero la gente cuando va a su aire es como si de repente olvidase estas reglas básicas de comportamiento, especialmente cuando es hora punto, todos queremos llegar a casa lo antes posible y nos olvidamos de lo principal.
 

Las líneas nos indican que debemos ponernos a los laterales y dejar que la gente que viene en el vagón pueda salir por el centro, pero una vez más, muchos se saltan esto y se plantan en el medio como si tal cosa, así luego, vienen los empujones y se ralentiza el intercambio de pasajeros. Con el uso de caritas simpáticas en los recordatorios, nos invitan a no apurarnos y no bloquear las puertas, igual a los más pequeños les entra mejor este mensaje que a los mayores, al menos seguro que captan más su atención.
 

Y no sólo es Hong Kong, esta imagen está tomada en uno de los andenes de una estación en Tokio de cuando estuvimos hace unos meses atrás. Aquí si que no tengo quejas, porque los japoneses siempre conservan la compostura y son correctos, de ahí lo eficiente de su sistema de transportes. Si nos apuramos, al final todos perdemos.
 

Del sistema de transporte de la ciudad no tengo queja, pero si a veces del comportamiento de alguna gente que se cree al margen de todo. Por suerte he visto que alguno ha saltado para decir: «a la cola», «no empuje que no entramos más en el vagón». En todos sitios siempre tendremos a los clásicos listillos, pero eso es inevitable, ¿no creen? y no será porque no vean las marcas en el suelo o escuchen los anuncios por la megafonía. En fin… para el resto de nosotros, quietitos y a esperar nuestro turno buenamente.

 

Pim pam

 

Seguro que habrán notado la ausencia de posts en el blog durante la semana pasada y es que como algunos sabían, aunque esta vez con las cosas de última hora no tuve tiempo de mencionar nada, me fui de vacaciones la semana pasada a Indonesia. Compañeros de viaje Alberto y Dani, y la zona de Raja Ampat como misión.

El viaje salió a pedir de boca incluso hasta en los cálculos nos sobró un día, pero mejor así que no ir luego más apurados. No fue el típico viaje de relax, sino con sus dosis de aventura y con anécdotas que recordaremos durante bastante tiempo.

Lo peor de todo es cuando se va acercando el final y uno tiene que hacer el viaje de regreso. El día del domingo lo pasamos viajando hasta llegar a Jakarta por la tarde y luego tener que hacer tiempo para posteriores vuelos de conexión. La vuelta al trabajo el lunes y ponerse con las cosas que hayan sucedido durante la semana pasada en nuestra ausencia, que sorprendentemente se dio mejor de lo que esperaba, nada mal para haber sido lunes.
 

Y no es que mi trabajo sea de pico y pala, pero todos tenemos nuestro síndrome post vacacional, verdad como un templo. Por suerte en una semanita uno no da tiempo a asimilarlo del todo pero vino genial para desconectar, estar en contacto con la naturaleza, zonas donde apenas había cobertura de móvil y menos internet. Aprovechar para leer, contemplar los atardeceres, charlar antes de ir a dormir y a dormir digamos que prontito; otro estilo de vida.

Ahora me queda organizar las fotos del viaje y algunos vídeos también. Momento de compartir con todos la experiencia del viaje con texto y sobre todo las imágenes. En unos días empezaremos con ello, sean pacientes, estamos en obras 🙂

 

Rural

 

La esencia de la isla en sí nos encantó pero algo que disfrutamos más aún fue el poder adentrarnos en pueblecitos de montaña muy bien conservados y con un encanto especial. Empezamos la ruta desde la zona sur-oeste de la isla y subimos en dirección a Soler situado más al norte. La carretera nos iba guiando a medida que ascendíamos, monte por todos lados y con pocos coches en el ascenso y de vez en cuando algunos que venían de vuelta, puede que de camino al centro de la ciudad u otros núcleos de población cercanos. Me imagino aquellos que vivan en medio del monte, un sitio ideal para estar aislado de todo pero una pequeña odisea cuando se trate de ir a comprar cosas, algo que me recuerda a algunos sitios del sur de Tenerife. Lo que empezó como un día algo gris, más tarde se convertiría en un día de cielo azul y sol radiante.
 

El paisaje en sí merecía que a cada poco tuviéramos que parar y sacar algunas fotos. La vista de la costa con el verde de la vegetación y de repente el vacío, rocas afiladas y más abajo el mar rompiendo con fuerza. Se notaba el soplo de la brisa y de vez en cuando algo de bruma pasaba de largo, se notaba que habíamos cogido altura.
 

 

Creo que apenas habíamos hecho una hora de camino y aún nos quedaba por recorrer. La carretera sinuosa, de esas que uno se tiene que tomar con calma. Algún tramo de bajada y al poco ascendíamos de nuevo, con alguna paradita más de por medio para estirar las piernas.
 

Al paso por una zona menos elevada en la que poco a poco se va divisando un pueblecito entre la vegetación, apenas unas pocas casas lo conforman mientras la bruma de las montañas observa desde lo alto. Ahora toca del pedal del freno, casi sin tener que acelerar nos vamos dejando llevar por la inercia mientras atravesamos zonas de vegetación con arbustos y también olivos.
 

La zona gris del día terminaría más adelante, el cielo más despejado y otro verde ante nuestros ojos. La disposición escalonada del terreno y a modo de terrazas descendiendo por los laterales del terreno. Puede que sea para el cultivo de la uva. Desde la distancia en la que estábamos no se podía apreciar del todo bien.
 

Y las fachadas de las casas de los alrededores, todo en piedra como antaño y con portalones de madera, súper bien cuidado todo. Anda que vivir en una de estas, seguro que son de lo más acogedoras por dentro. Nada como las casas de antes 🙂 Un pueblo de paso que en apenas un momento, que tan pronto entrabas, ya estabas saliendo, pero con un entorno muy acogedor.
 

Con unos cuantos kilóemtros ya recorridos y la hora de comer acercándose, lo mejor era hacer una paradita más seria. El nombre del pueblo Deià, un lugar excelente. Rodeando de pinos, con casas preciosas y donde comimos de maravilla.
 

La carretera estrechita que pasaba por mitad del pueblo y con muy poco sitio para aparcar, con un guardia vigilando que todo el mundo respetase las zonas de aparcamiento. Nos tuvimos que ir un poco más hacia el final del pueblo y regresar caminando, pero al menos con garantías de no encontrarnos multa a nuestro regreso. El pequeño paseíto desde el coche hasta el núcleo urbano, una buena excusa para poder ver los negocios locales como restaurantes o tiendas con productos de la zona.
 

 

Cada pocos metros algún cartel en la pared con los platos del menú del día. Ya iba apeteciendo comer algo y tomarse algo fresquito a la sombra. Después de ver un par de sitios, encontramos el nuestro ¿podrán esperar a la siguiente entrega? …