Hola Bangkok

Después de haber llegado de madrugada, la ciudad nos recibía con un buen día de sol y cielo despejado. Hola Bangkok! aquí estaremos durante los próximos cinco días para disfrutar con nuestras hijas.

Echando la vista atrás, la última vez que había pisado la ciudad fue por allá en el 2011 cuando hicimos escala Alberto y yo antes de poner rumbo al sur hacia Koh Tao. Una ciudad que no deja indiferente a nadie, una gran urbe pero donde las cosas funcionan con bastante armonía.

Hay tráfico? sí, pero inevitable en cualquier ciudad asiática. Se pasa calor? pues a beber más coco o limonadas 😀 pero es que se come muy bien, tiene templos y zonas comerciales. En nuestro caso, sabiendo que la ciudad contaba con unos cuantos centros comerciales (Siam Paragon y similares) donde poder entreternos y estar al fresquito, era la opción que más no convenía.

hola bangkok

Este puestito de mangos fue un muy buen descubrimiento. Tanto así que fuí en más de una ocasión para comprar un «sticky rice». Se ve que era un sitio popular para turistas porque siempre estaba bastante animado, incluso escuché alguna gente de Hong Kong. Muy recomendable el sitio, bien cerquita de la salida de metro de Thong Lor.

a los ricos mangos

El metro es otra de las comodidades que tiene la ciudad, además de tener una perspectiva diferente de la ciudad. En esta ocasión tuve que ir a una parada de distancia para ver si daba con un sitio para cambiar dinero. Siendo domingo la cosa no estaba fácil con las casas de cambio pero finalmente encontré uno abierto y cambiar para los siguientes días.

En una de las vías principales y donde estaba situado nuestro hotel, cruzar la calle puede ser un poco odisea aún habiendo semáforos. Y curiosos algunos de los vehículos como esta mini guagua, llena hasta más no poder..

Justo cuando volvíamos de haber estado visitado «The Commons«. Un espacio bastante interesante donde encontrar tiendas, sitios para comer y también algo de arte.

También con tiempo de poder visitar el famoso templo de Wat Arun. Eso sí con un día de bastante calor, el que más durante nuestra estancia. Menos mal que fuimos bien entrada la tarde, pero la sudada no nos la quitó nadie.

Así que, el cuerpo pedía tomar algo fresquito. Mantenernos hidratados y protegidos de los rayos, sobre todo las niñas.

refrescante limonada

Cada día empezamos con nuestro desayuno, un poco más tarde algo de piscina y luego turno para salir a dar una vuelta. Bien nos quedamos cerca de la zona del hotel o bien nos movimos en taxi hasta otro sitio. Con las niñas no se puede llegar a planificar todo y hay que ir improvisando según se vaya viendo.

Por lo general diría que el viaje salió bastante bien y disfrutaron, que es lo más importante. Fue una buena excusa el poder aprovechar antes de que cumplieran 2 añitos (justo regresamos a HK un día antes de la fecha).

Larga noche

 

Hora de poner rumbo al sur de Tailandia con destino final en la pequeña isla de Koh Tao, pero antes nos esperaba un trayecto interesante. Para comprar los billetes de tren, confiamos en internet y en la buena fe de la agencia Thailand Train ticket, que una vez realizada la compra nos entregaría los billetes en el hostal donde teníamos pensado alojarnos durante nuestra estancia ese fin de semana en Bangkok. Y la cosa salió bien, pero lo mejor estaba por venir.

Después de haber pasado el fin de semana recorriendo las calles de la ciudad, entre turisteo y un poco de vida nocturna, el domingo a la noche emprendíamos la marcha. El punto de partida era la estación de trenes de Hua Lamphong.
 

Nuestro tren salía a las 19.30 horas pero llegamos a la estación como con casi 1 hora y media de antelación. Tiempo suficiente para ubicarnos, enterarnos desde qué andén salía el tren y buscar un sitio para comer algo. La actividad de un domingo tarde era bastante animada, gente tanto en los bancos como en el suelo y pendiente de los paneles o los avisos que se escuchaban por megafonía, aunque la verdad no muy claros.
 

El tiempo avanzaba lentamente, las seis y media marcaba el reloj mientras disfrutábamos de un pad thai y un arroz frito con algo de agua y jugo de sandía. Reposar la comida mientras llegaba la hora.
 

Nos habían avisado que debíamos estar unos 20 minutos antes de salir. Ya teníamos ubicado nuestro tren y ahora ibamos en dirección hacia nuestro vagón. Más gente nos acompañaba y se iba subiendo a su vagón correspondiente. Ya sólo ver el tren por fuera, hacía presagiar que sería aún más interesante por dentro.
 

Alberto con los billetes en mano iba inspeccionando los números de las literas en busca de las que nos habían asignado. El interior del tren hablaba por sí solo. Me pregunto de qué año sería el tren en cuestión. Con lo básico, pero suficiente para estar medianamente cómodos durante las horas que pasaríamos allí.
 

 

Último vistazo a la estación desde el interior del vagón, dentro de poco comenzaría nuestro viaje rumbo a Chumphon. Por delante, unas ocho horas de viaje que al final sería dos horas más de las esperadas, gracias al revisor que nos recordó cuando llegaríamos a la estación, aunque llegó a ser un poco inquietante eso de habernos quedado parados en medio de la nada, Alberto en su relato no se dejó ningún detalle por contar, les recomiendo que lo lean si es que no lo han hecho ya.
 

Con el traqueteo del tren después de iniciar la marcha, cervecita en mano mientras se siente la brisa que entra por la ventana. Un poco de palique con nuestros vecinos de litera, unos chinos que iban de camino a Koh Samui a pasar unos días de relax. Poco a poco la gente iba pidiendo que les montaran la litera, dicho y hecho uno de los trabajadores del tren con un arte tremendo, iba montando litera tras otra. Sábanas y almohada incluída, un fenómeno.

Sobre las 9 y poco de la noche cuando se iba notando algo de cansancio, tiempo perfecto para irnos a dormir. Una hora no del todo habitual pero había que darle descanso al cuerpo para el resto de viaje que nos quedaba. El aire del ventilador nos permitiría dormir algo más frescos, una opción mejor que la del aire acondicionado que a veces puede llegar a ser de un frío algo extremo. Eso sí, me extrañó que no apagaran en ningún momento durante el trayecto las luces del pasillo, pero se pudo conciliar el sueño sin problemas.
 

Próxima parada Chumphon y… barquito hasta Koh Tao. Ya queda menos 🙂

 

Un lugar tranquilo

 

Uno de los últimos sitios que visitamos en Bangkok, dista de ser un sitio a rebosar de gente y nos vendrá genial para desconectar del ajetreo habitual de la ciudad. A pesar de ser un lugar que viene en la mayoría de guías, creo que la gente lo pasa un poco por alto y en parte está bien porque así no está tan saturado. Se trata de la casa-museo de Jim Thompson.

Para llegar hasta el lugar, cogimos el BTS y nos bajamos en la parada del Estadio Nacional que queda prácticamente al lado (parte inferior del mapa). Después de apenas unos 5-10 minutos caminando llegamos a la casa, no tiene pérdida.
 


Ver mapa más grande

 

¿Y quién es el personaje en cuestión? Jim Thompson fue un americano enamorado de Tailandia, aunque previamente había estudiado arquitectura, se unió al Ejército además de dar servicio a la CIA lo que le permitió ver bastante mundo. Fue Tailandia uno de sus destinos el cual le haría pensar en establecerse de forma definitiva. Impulsor del negocio de la seda tailandesa, a la cual le daría fama mundial. En total estaría 22 años en el país, hasta que en el año 1967 mientras estaba en las islas Cameron Highlands (Malasia) desapareciera misteriosamente, quedando la incógnita de su desaparición. No obstante, su legado continúa en forma de museo, fundación y el negocio de las sedas que ayudó a impulsar.

La que en su día fue su residencia, hoy convertida en museo para el disfrute de los turistas. Lo bueno es que lo tienen organizado en grupos y hay un guía que va explicando un poco de la vida del señor Thompson y algunas anécdotas, así como, detalles de la casa y sus distintos elementos decorativos. Rodeada de abundante vegetación, apenas se escucha nada por los alrededores, casi como si uno estuviera en medio de la selva.
 

 

 

Decidió mezclar el estilo de construcción tailandés junto con el gusto occidental y donde se esconden detalles curiosos como algunos marcos de ventana tallados. La madera es el material predominante, con su sonido particular cuando uno va caminando (descalzos, ya que, es la costumbre), mientras vamos recorriendo el interior de las habitaciones. Lástima que no pudiéramos sacar fotos del interior, así que, les dejo la intriga o que puedan ir a verlo con sus propios ojos 🙂
 

 

Antes de entrar en la casa, se hace un recorrido por el jardín mientras se bordea y se entra por la parte trasera. El ambiente es muy fresco al estar rodeada de tantos árboles, apenas se notaba el sol, tan sólo algunos rayos que se colaban entre las ramas.
 

 

Algunos de los elementos decorativos de la planta baja como: elefantes o vasijas de cerámica, algunos con unos cuantos siglos de antigüedad. El buen gusto y los materiales nobles no faltan, el señor Thompson sí que sabía rodearse bien.
 

Después de haber terminado la visita y curiosear un poco en la tieda de seda, si lo deseamos, hacer una paradita para tomar un té, café o jugo de frutas. Sentados a la sombrita mientras escuchamos el sonido del agua y el chapoteo de los peces en un pequeño estanque cercano; muy relajante. Suerte que llegamos antes de que cerraran el café.
 

 

Para nuestra sorpresa, había un grupo de gente en pleno proceso de preparación para la celebración de una boda esa misma tarde. Desde luego que el sitio es acogedor y perfecto para reunir a los familiares y amigos.
 

Un rincón de la ciudad que merece ser visitado y tan sólo nos llevará apenas un par de horas visitar. Sólo por romper con la rutina y disfrutar de un lugar tranquilo.

 

Panorámica

 

Para cerrar nuestro día de visitas, aún nos quedaba un último lugar por visitar. Si recuerdan, habíamos estado visitando el buda reclinado para luego dirigirnos hasta Wat Arun (วัดอรุณ) o también conocido como el Templo del Atardecer.

Para ello, antes debíamos montarnos en un bote que nos llevaría hasta el otro lado del río donde el templo nos aguardaba. A lo lejos luce majestuoso pero lo es más cuando uno lo tiene justo encima. El complejo está formado por un total de 5 torres, una central y otras cuatro en cada extremo. Estas torres tan particulares son denominadas «prangs» (torres de estilo Khmer), donde el punto más elevado llega hasta los 104 metros de altura, cualquiera lo diría.
 

 

Lo mejor de este templo, es poder contemplar las cosas desde otro punto de vista y subir hasta lo alto de la torre central. Bien agarrados a la barandilla comenzamos el ascenso. La verdad que el ascenso recuerda un poco a los templos de Camboya, aunque en este uno se siente algo más seguro pero despacito por si acaso.
 

Una vez arriba, sólo nos queda contemplar la ciudad en toda su extensión. El calor a esas horas ya no es tan intenso, se siente algo de brisita a esas alturas.
 

El río Chao Phraya con su actividad constante de barcos tanto de pasajeros como de mercancías.
 

 

Foto aquí, foto allá. O también si lo preferimos podemos dejar nuestra firma en la tela amarilla que se observa a la derecha donde hay mensajes en diversidad de idiomas.
 

Yo por mi parte creo que ya es hora de que comencemos el descenso, digamos que un poco más complejo respecto a lo que se refiere a la subida. Darnos la vuelta y bajar de espaldas es la mejor opción, aunque eso ya depende de cada cual. Lo importante que lleguemos abajo sin tropiezos.
 

Con tiempo suficiente para volver a cruzar el río y volver hasta el punto donde nos debe recoger el bote que nos lleve río abajo, aguardamos a que el sol decida ocultarse. Parece que lo va haciendo tímidamente, momento en el que debemos coger nuestro bote para disfrutar de este templo en todo su esplendor mientras nos alejamos río abajo. ¿Me acompañan? allá vamos…
 

 

A lo lejos sólo se distingue una de las torres ya en la sombra, pronto pasará a ser un punto en el paisaje. Los colores rojizos y anaranjados invaden el cielo, los reflejos del agua; todo un espectáculo para nuestros ojos y que marca nuestro día de visitas. ¡Hasta la próxima!