Camino de vuelta (I)

 

Si han venido siguiendo el viaje, poco a poco el final se iba acercando pero aún nos quedaba emprender el trayecto de vuelta desde Wayag hasta Sorong. Habiendo hecho ya la parte más difícil y con tiempo de sobra, no debiéramos tener problemas. Más que acostumbrados a nuestra fiel Karimata, sabíamos que tendríamos una jornada larga a bordo hasta hacer una paradita al final del día.

Darnos una duchita para empezar el día, preparar las cosas y despedirnos de nuestros amigos los guardas. Y ahora que me acuerdo en lo que escribo el relato, la noche anterior la pasamos en una de las cabañas del refugio y sí que lo agradecimos, pero uno ya tenía el cuerpo hecho a cualquier cosa. De camino al muelle y dar un último vistazo al lugar que nos había acogido los últimos dos días…
 

Y mientras tanto poner algo de ropita al sol para secarse en lo que nos preparamos para partir en un rato.
 

Con nuestras mochilas listas y habiendo revisado que no queda nada, nos echamos a la mar nuevamente con unas cuantas horas de travesía por delante. El tiempo no puede ser mejor, con cielo azul y el sol que empezaría a brillar con intensidad. Wayag quería que nos fuéramos con una sonrisa y vaya si lo estaba consiguiendo 🙂

Nos acomodamos en el interior, mientras que Agus ponía en marcha los motores (benditos ellos) y salíamos rumbo sur. Poco a poco dejábamos atrás la isla y con ello un lugar único del que habíamos sido testigos. Nuestra pequeña gran hazaña el haber llegado hasta allí a pesar de los elementos y que algunos nos pusieron caras raras al saber de nuestras intenciones. La verdad que a no ser por la tormenta que nos pilló en el viaje de ida y un poco de lluvia esa misma noche, de resto el tiempo se portó de lujo.
 

Para matar el tiempo durante el viaje teníamos varias opciones como leer, escuchar música, sentarnos sobre el techo y contemplar el paisaje a nuestro paso o también dormir. Íbamos alterando entre algunas de ellas, al menos el viaje no se nos hizo tan pesado y había pasado casi 3 horas cuando divisamos la pequeña isla de Mutus en la cual decidimos hacer una paradita.
 

Tenía toda la pinta de un lugar idílico. Con cabañitas cerca de la playa, palmeras y bastante tranquila.
 

A medida que nos fuimos aproximando al muelle, se fueron acercando algunos niños movidos por la curiosidad de nuestra llegada. Al poco llegaron algunos adultos que nos recibieron e incluso acompañarnos a dar una vuelta con ellos para conocer un poquito más el poblado.
 

Dejamos atrás nuestra embarcación y caminamos hacia el interior. A los lados del camino casitas sencillas hechas de madera y techos de paja, aunque veríamos también algunas de ladrillo. Poco a poco se nos iría uniendo más gente a la comitiva, todos con la mirada atenta en nosotros, los extranjeros que recién habían llegado a su pequeño paraíso.
 

Los niños nos recibían con una sonrisa y algunos hasta querían posar para nuestras fotos. Todo era cordialidad y alegría. A nuestro paso nos saludaban con un «Hello mister». Dani parecía que era el que marcaba el ritmo en el grupo, sino ver cómo lo van siguiendo los locales.
 

 

Después de llevarnos en círculo dando un vistazo general al poblado, volvíamos al punto de inicio de la visita. Pudimos comprobar que no les faltaba de nada, contaban con escuela, médico, centro de reuniones y como no, una iglesia también. Incluso tuvimos ocasión de comprar algunas provisiones adicionales (frutos secos, refrescos, chocolate) en uno de los kioskitos que nos encontramos durante la visita.

Nos vino bien estirar las piernas durante ese ratito y de paso tener la ocasión de conocer a una gente tan especial. No dudaron en ir a despedirnos mientras nos subíamos de nuevo al barco y continuábamos nuestro viaje con la idea de pillar algo de almorzar en un punto intermedio. Gracias a los habitantes de Mutus por su hospitalidad. Es de los recuerdos del viaje que uno no describe con palabras, se lo lleva uno dentro.
 

Pulau Pef sería el siguiente punto en la ruta. Un lugar con un resort un tanto exclusivo pero que según habíamos leído contaba con almuerzo tipo buffet. Igual teníamos suerte y podríamos comer allí para luego seguir el viaje y estar más cerquita de Sorong. El lugar era espectacular, y su precio seguro que también.
 

Esperamos de forma paciente a que nos indicasen si podíamos quedarnos a comer pero no hubo suerte esta vez. La comida estaba contada y tan sólo era para los residentes. Siempre nos quedarían los frutos secos y algunas galletas que aún conservábamos de los restos de nuestras provisiones. Otra vez será. Así que, vuelta al bote..
 

¿Cuál sería nuestra próxima parada? el destino nos llevaría a retornar a nuestro homestay de los primeros días. El último capítulo del viaje está por llegar y con ello Sorong más cerquita. Pensar que los días pasaban muy lentos y luego avanzaban casi sin darnos cuenta. Lo bueno es que íbamos con un día de antelación respecto al itinerario trazado, con lo que nos pudimos relajar y eso mismo sería lo que haríamos.

 

Momento Wayag

 

Hasta aquí habíamos llegado y nos esperaba otro gran día por delante. Una cenita de las nuestras, charlar un poco después de la odisea por la mañana y coger el sueño prontito. Poco más podíamos hacer cuando pasaban de las 10 de la noche, tan sólo escuchar un poco de música o leer.

El tiempo estaba de nuestro lado cuando comenzamos una nueva jornada del viaje. El cielo azul hacía presagiar que sería un buen día y vaya que sí lo sería. Salimos de nuestro refugio con un par de guías que nos acompañarían durante buena parte del día. Ellos son los que mejor conocían la zona y sus recovecos. ¡Vamos allá!
 

La zona a la que accederíamos distaba como mucho unos 20 minutos de barquita, un paseo agradable al comienzo del día. A pie de playa: el color turquesa del agua y las formaciones rocosas salpicando el paisaje, pero tendríamos que irnos un poco más arriba para contemplarlo mejor.
 

Descendemos del bote y nos adentramos entre la vegetación ¿Preparados? este es el momento que hemos esperado durante todo el viaje. Nos queda escalar monte arriba hasta la cima. Momento de seguir a nuestros intrépidos guías que ni siquiera llevan cholas y uno contempla con asombro como trepan por las rocas como si tal cosa, es lo que se dice estar adaptados al terreno. Nosotros con cuidado y sabiendo dónde agarrarse bien.
 

Vamos ascendiendo poco a poco y tras algunos metros con el efecto de la humedad, el sudor se hace más presente. Alguna paradita para secarnos las frente y darnos de lo que vamos dejando allá abajo. La playa y las rocas se van haciendo chiquititas.
 

Calculo que el ascenso total no más de diez minutos, con un camino sin trazar y agarrándonos a troncos de árboles y rocas; sólo nos hubiera faltado un machete para hacerlo más auténtico, aunque la vegetación no era tan tupida. Y aquí estamos señores, en lo alto. Disfrutemos de las vistas y del silencio 🙂
 

Alberto no duda en escalar un poco más para buscar un sitio privilegiado y no perderse detalle. A continuación unas fotos para su disfrute. Tan sólo verlas es como teletransportarse hasta allí.
 

 

 

 

Ahora sentado en la mesa de trabajo, cerrar los ojos y casi como estuviera allí, recuerdos imborrables. ¡Objetivo conseguido chicos!
 

Si la subida se las traía, el descenso no iba a ser menos con el factor inercia en nuestra contra. Algún que otro resbaló tuvimos pero sin consecuencias que lamentar. Dentro de lo que cabe las rocas tenían formas redondeadas con lo que de caernos, el raspón sería menor. No obstante, con cuidado de donde pisar y agarrarnos.

Menudo aperitivo, más bien plato del día, y eso que apenas habíamos empezado. Ensimismados por el paisaje, continuamos entre los islotes para seguir explorando la zona. En nuestro barco siempre con buen rollo y una sonrisa antes que nada, mientras el motor aguante y no andemos escasos de gasolina, no Agus? jaja, que sino luego se nos ponía tristón y esa carita que ponía era bastante cómica.
 

 

La vegetación de estos islotes tan tupida y que aprovecha hasta el máximo el espacio, sin embargo, siempre hay algún caminito que nos lleve hasta la cima que sólo nuestros guías conocen. Sería nuestra segunda parada de la mañana y sin duda, la que más peligro tenía. No porque lo probase yo, que tuve un pequeño percance en el bote al darme un tirón en el tobillo izquierdo de la forma más tonta y por precaución me quedé en la embarcación mientras Alberto y Dani se perdían islote arriba.
 

A su vuelta, poder contarlo y de cabeza al agua para refrescarse un rato. El sol del mediodía estaba empezando a hacer justicia y creo que no tardaríamos en empezar a regresar para estar de vuelta a la hora de la comida. Un menú de los nuestros nos improvisaríamos 🙂
 

Por la tarde, con un plan más relax y sin la necesidad de tener que escalar, otro de los guías se prestó a acompañarnos y mostrarnos otra de las zonas de islotes. Por muchos que viéramos ese día, no nos cansaría y no dejaríamos de asombrarnos de la diversidad de formas y sobre todo los colores.
 

Nuestro guía no perdía de vista el frente e iba orientando a Agus para saber hacia donde tenía que dirigir la embarcación. Con ritmo lento y hasta por momentos parando el motor ayudándonos con un palo para avanzar debido a la poca profundidad y evitar que nos quedásemos atascados.
 

Nos encontraríamos con la presencia de una tortuga que avanzaba con toda su parsimonia a pocos metros de nosotros. De resto, todo muy tranquilo y con pocos pececitos por los alrededores.
 

Auténtico espejo alguna de las zonas de agua que sólo se veían interrumpidas por nuestro paso
 

Y los manglares que cierran el paso entre algunas de las lagunas. La vegetación se abre paso allá donde puede, diversidad es la palabra.
 

 

¿Ven la zona blanca un poco más al fondo de la foto? Un banco de arena que tuvimos que ir bordeando con cuidado por el extremo de la derecha. Seguiríamos hasta el fondo donde podríamos ver ya el mar abierto.
 

 

El mar en esa zona nos había advertido que era bastante agitado y razón no les faltaba viendo el oleaje a unos cientos de metros por delante de nosotros. De ahí que para meternos por la zona de lagunas tuvimos que acceder por el sur e ir avanzando entre rinconcitos hasta el norte y poder contemplar esa zona de mar. Sólo le faltaba que de repente saliera un galeón cruzando como en la película de los Goonies, tal cual.
 

Para saltar de alegría con el día que nos estábamos gozando todos. Dani no se lo pensó dos veces y se tiró al agua tan sonriente.
 

Creo que nos podíamos sentir más que satisfechos y sobre todo unos privilegiados por estar surcando aquellas aguas. Me pregunto cuántas personas habrán estado allí, seguro que no tantas como podamos pensar. Una de las ventajas de que el turismo en la zona no esté masificado, sólo unos pocos se aventuran a llegar tan lejos y esperemos que el paso del tiempo no lo estropee. ¿Volveremos algún día? quien sabe…
 

Momento de emprender el camino de vuelta a nuestro refugio. Nuestra última noche en Wayag y al día siguiente comenzar el camino de vuelta hacia el sur hasta Sorong con un par de días por delante. Ibamos mejor de lo previsto con nuestro itinerario. Da gusto cuando las cosas salen mejor de lo planeado, pero mejor andar sobrados de tiempo que no ir justos, por lo que puediera pasar.
 

Es el momento del viaje para enmarcar, dudo que se nos olvide en mucho tiempo. La razón de habernos pegado una odisea de unos cuantos kilómetros a bordo de nuestro fiel longboat con su tripulación. Para que luego nos llamen locos; espíritu aventurero en buena compañía.