El viaje no había hecho más que empezar y después de nuestra breve estancia en la capital, cogíamos rumbo a Sorong. La introducción que les había adelantado, hacía presagiar muchas cosas pero no me voy a adelantar con los acontecimientos, sino mejor será que les cuente cómo transcurrieron el resto de días. Tampoco dejen de visitar el blog de Alberto para seguir sus relatos, aunque por el momento me lleva un poco de ventaja, pero poquito a poco con lo mío.
Habiendo aterrizado bien temprano en un aeropuerto en mitad del campo y con una sala de espera minúscula y a la espera de que nos entregasen en mano el equipaje que habíamos facturado. A muchos kilómetros de nuestras casas y en un lugar nuevo. Nuestro contacto nada más llegar fue Agus, el patrón del barco que nos llevaría durante los próximos días. Un señor de aspecto amable y con una cierta sonrisa pícara, descubriendo más tarde un lado algo gañán cuando se trataba de recorrer algunas millas más. Junto a él estaría su ayudante y el sobrino, que nos enteramos que estaba de vacaciones en el colegio con lo que aprovecharía la experiencia de pasar casi una semana con nosotros.
Momentos antes de subirnos a la embarcación mientras metíamos algunas de las cosas que habíamos comprados en las horas previas. Y es que a pesar de haber llegado bastante tempranito, siendo domingo, se ve que la gente se tomaba las cosas con bastante calma y hubo que hacer algo de tiempo hasta que pudiéramos ir a uno de los supermercados cercanos para aprovisionarnos de cosas.
Bolsas con latas de comida, noodles, fruta, bebida… provisiones suficientes para tener nuestro almuerzo y cena, aunque tampoco nos faltaría arroz porque Agus y compañía cocinarían para nosotros y luego nosotros sólo teníamos que buscar un poco de acompañamiento, inventiva 🙂
Creo que no nos faltaba de nada, luego sería más difícil estando en medio de la nada pero bueno, en eso consiste la aventura no? Afrontamos con una sonrisa la etapa inicial de nuestra travesía. Vamos allá chicos!
Al poco de zarpar, pasamos algunos barcos de mayor envergadura que el nuestro. Nos fijamos en que otros extranjeros momentos antes habían subido a unas zodiac que los llevaba a uno de estos barcos, los denominados «live aboard» y en los que seguro ni te enteras de la travesía hasta Raja Ampat, pero claro, eso tiene un precio ciertamente elevado y nosotros optamos por algo más a nuestro alcance, pero ni tan mal.
Sabiendo que tendríamos unas cuantas horitas de barco por delante, lo mejor era acomodarse lo mejor posible. Alberto y Dani los veía con intenciones de echarse una cabezadita mientras que yo leía un poco el libro que había comprado en el aeropuerto de Hong Kong antes de partir. No nos ibamos a imaginar que a los pocos minutos de partir, el motor le daría por empezar a carraspear y tuvimos que hacer una parada en la isla de en frente.
Ni que decir que cuando nos aproximamos a la pequeña isla «Pulau Doom«, los primeros en recibirnos fueron los niños. Correteaban de un lado a otro y se daban chapuzones entre los barcos que estaban allí amarrados. Seguro que no todos los días aparecen tres extranjeros como nosotros a hacer una paradita. Algo que pensamos sería cuestión de poco tiempo, terminó alargándose por espacio de más de 2 horas. Parece ser que alguien con muy mala fe, vendió gasolina mezclada con agua y eso al motor no le sentó nada bien. Confiamos en que todo estaría bien después de hacer las reparaciones pertinentes, pero claro, nosotros mientras tanto poco podíamos hacer al respecto.
Dani aprovechó para darle caña a su indonesio y charlar con Agus y compañía, a la espera de que uno de los locales viniera a echarnos una mano con la reparación. La carcasa del motor encima del bote y luego dále que te pego durante unas horas para dejarlo en condiciones y pudiéramos continuar el viaje con garantía.
Antes que estar dentro del barco todo el rato, y a dar una vuelta por los alrededores para curiosear. Lo que es andar no apetecía demasiado porque el sol empezaba a ser intenso, pillar algo de refrigerio en una de las tienditas y rodear la manzana. Igual un paseo en uno de estos carricoches, pero mejor que no, que seguro se nos ponen a regatear y eso da mucha pereza.
Las casitas bajas, rodeadas de vegetación y con caminitos que las conectan. Por momentos, no me parecía que estuviese en Asia sino que nos habíamos transportado a algún poblado caribeño. Y no es porque haya estado en América pero de lo que uno ha visto por las noticias o documentales, el parecido era bastante grande. Creo que nos dijeron que no había más de 1000 habitantes en la isla, o igual me equivoco, ahora dudo. No les faltaba su pequeño mercado local o algunos kioskitos donde comprar agua, tabaco o golosinas varias.
Para nuestra alegría, a eso de las 3 de la tarde pudimos continuar con nuestra viaje. La reparación del motor había concluído y enfilamos hacia el norte. Ahora lo suyo era aprovechar las horas de claridad porque luego por la noche la navegación puede ser algo más complicada. Emprendimos la marcha y cuando llevábamos apenas una hora y media de trayecto, nueva parada en el camino pero esta vez no porque el motoro hubiese fallado, sino que, las condiciones metereológicas no pintaban bien si avanzábamos más al norte y era prudente hacer una parada para ver si el tiempo mejoraba o en cambio, teníamos que pasar la noche en un lugar improvisado. Parece que la suerte no estaba de nuestro lado en estos primeros compases pero ni mucho menos nos ibamos a desanimar.
Llegamos a la isla de Pulau Batanta en la que nos recibieron nuevamente con sorpresa y de forma muy amigable. Pues nada, será cuestión de poner los pies en tierra y ver qué nos ofrece esta isla y su gente. Recorrimos sus calles mientras los niños correteaban de un lado a otro, poco a poco más gente se hacía eco de nuestra presencia y algunos se nos unía. Uno de los habitantes nos estuvo contando un poco sobre la isla y nos acompañó en nuestro pequeño paseo.
Momentos como el ver a un niño guiando un neumático con un palo y corriendo a toda velocidad, me hizo transportame en el tiempo, a una época que ni siquiera era la mía. Uno se da cuenta que a veces se puede ser más feliz con cosas tan simples como esas. Da mucho que pensar cuando volvemos a nuestro mundo tan civilizado y a la última en tantos aspectos. Y también ver cómo hay un afecto especial entre los chicos. Porque lo que son mujeres, pocas se dejaban ver. Imagino que harán más vida casera y criar a los niños.
El gris del cielo hacía temer lo peor, que hubiese una tormenta o que el mar estuviese demasiado revuelto como para continuar. Finalmente, la buena noticia para terminar el día: «podíamos continuar con nuestra travesía». Era momento de despedirnos de la gente que nos había acompañado tan amablemente durante el rato que pasamos en la isla.
Estábamos a tiempo de seguir tirando hacia el norte y hacer noche en una de las islas que Alberto tenía señalada en el mapa. Una buena señal sin importar que se nos hiciera de noche, pero estando ya cerca de nuestro punto final (Pulau Kri) durante esa jornada y dormir en una de las cabañitas del hotel familiar «Yenkoranu«.