Buenos días Kri

 

Nuestra primera noche en el hostal había sido bastante buena dentro de lo que cabe si quitamos algunos ruidos extraños en mitad de la noche, pero nada preocupante, sólo que nos impidió conciliar el sueño durante un rato. Al menos la pasamos resguardados en una de las cabañas, sin olvidarnos el spray para los mosquitos y dejar el ventilador puesto para dormir algo más fresquitos.

La jornada del día anterior con los dos vuelos más el trayecto inicial en el barco, nos había pasado factura y nos fuimos a dormir bastante temprano. Creo que apenas eran las 10 de la noche, y es que al día siguiente, Alberto y yo debíamos madrugar porque íbamos a hacer un par de inmersiones en uno de los resort cercanos. Los primeros rayos de claridad hacía poco que había asomado, todo estaba tranquilo y tan sólo el murmullo de algunos pájaros con el leve sonido del mar con la marea un tanto baja. Agus nos esperaba en su bote para llevarnos al Raja Ampat Dive Lodge situado a unos 15 minutos en dirección este.
 

Las nubes grises cubrían la mayor parte del cielo pero a lo lejos se podían apreciar algunas franjas de tonos anaranjados haciendo presagiar que el sol se dejaría ver un poco más tarde. Nos habían indicado que la lancha para hacer las inmersiones salía a las 8 de la mañana, con lo que debíamos llegar un rato antes. A las siete ya estábamos en marcha, llegar con calma y hacer algunos trámites.
 

 

Un pequeño muellito nos daba la bienvenida al resort. Momento de atracar y despedirnos de nuestro patrón hasta dentro de unas horas. Cogimos nuestras cosas y cruzamos la pasarela que se adentraba entre los árboles en busca de la recepción y gestionar antes que nada, el pago de las inmersiones junto con el alquiler del material.
 

 

Paso siguiente, ir al cuarto de material y seleccionar: neopreno, chaleco y aletas. Tampoco nos podemos olvidar del cinturón de plomos. Una pizarra ocupaba una de las paredes con un mapa de la zona y algunas anotaciones. Imagino que en temporada alta y con mayor ocupación, los grupos de buceadores serán más numerosos y tendrán que tenerlo todo bien planificado. En cambio, ese día que fuimos nosotros, todo estaba muy tranquilo. Junto a Alberto y yo, se nos uniría un grupo de tres alemanes que eran buceadores un poco más experimentados; un poco de compañía tampoco viene mal 🙂
 

Equipo listo y a la lancha. Primera inmersión del día en marcha. Kris, nuestro divemaster, nos indicó que iríamos a un punto donde podríamos ver mantas. Confiamos en que tuviésemos suerte y ver unas cuantas. Mientras la lancha se aproximaba al punto donde nos dejaría, Kris se encargaba de hacernos algunas indicaciones de la ruta a seguir y el tiempo estimado de la inmersión. ¡Qué emoción el poder volver a bucear!
 

Mientras esperábamos para meternos en el agua, vimos como llegaba otra lancha con algunos buceadores más y no tardaría en llegar otra más, eso no era buena señal. Cuanto más gente en el agua, peor sería para intentar ver alguna manta. Los alemanes se hundieron muy rápido apenas se metieron en el agua, en cambio nosotros, con algo más al tener algo menos de experiencia. La suerte no estaría de mi lado cuando en el instante que la lancha decidió moverse al haber un grupo de mantas más abajo en el fondo, el impulso del agua con una de mis aletas (que no estaría del todo fijada) haciendo que la perdiese 🙁 y por más que nuestro instructor y su ayudante intentaron recuperarla, tuvieron que desistir. Lástima, y tener que esperar a la siguiente inmersión.

Mientras los alemanes aprovechaban su inmersión, nosotros nos quedamos en el barco haciendo tiempo y más tarde hacer una pausita y tomar algo de desayuno: cafecito y unos fritos de plátano. Nada de malas caras y con ilusión por hacer la siguiente inmersión.
 

El siguiente punto estaba cerca de la isla de Arborek y a tan sólo unos minutos de donde estábamos. Nada más llegar el agua cristalina y el fondo turquesa dejaba ver el fondo con cantidad de pececitos pasando de un lado a otro. Estábamos listos y esta vez fue todo como la seda, casi media hora de inmersión disfrutando del fondo marino. Fue una gozada poder disfrutar de ese rato a casi 12 metros de profundidad máxima y a nuestro propio ritmo, a la vez que descubríamos los secretos del mar. Nuestros compañeros alemanes fueron buenos anfitriones y uno de ellos me dio una conchita de recuerdo 🙂
 

 

Alberto y yo con cara de satisfacción después de la inmersión. No obstante, aún nos quedaba otra más que después de hablar con el resort pudimos organizar para unirnos a la salida de la tarde y así aprovecharlo, porque a la vuelta nos hubiera sido imposible.
 

Era momento de volver al resort y con un par de horas por delante, con tiempo justo de volver a nuestro alojamiento para almorzar.
 

Y si que estuvimos sincronizados porque nada más llegar, la comida recién servida 🙂 El bueno de Dani que se había quedado por la isla, nos confesó que hacía nada se había levantado. Menuda jartada a dormir que se pegó, pero hizo bien, que para eso eran vacaciones. Ahora lo dicho, a comer!!
 

 

Anda que si este buen señor nos hubiera traido un pescadito de los que llevaba, porque bueno ejemplares si que tenía. Se lo hubiéramos agradecido pero dentro de lo que cabe nos conformamos con arroz, verduritas salteadas y unas tortillitas. El pescadito seguro que caería para cenar, confiamos.
 

Mientras terminábamos de comer, el chavalín que nos acompañaba y uno de los miembros del hostal aprovechabana para pegarse una buena siesta. Seguro que hace tiempo almorzaron, aunque nosotros a esa hora, sobre la 1 y media, tampoco era demasiado tarde. El calor de esas latitudes aunque no con demasiada humedad, invitaba a quedarse en la sombrita y dejarse balancear en una de esas hamacas; es una idea tentadora.
 

En cambio, nos quedaba la inmersión de por la tarde. Poco tiempo para descansar entre el trayecto de Kri al resort (en Pulau Mansuar, isla cercana). Fuimos igual de puntuales que por la mañana pero en cambio nuestros compañeros alemanes parece que iban algo más rezadagos y nos tocó esperar un poquito. Para esta inmersión seríamos sólo un total de cuatro personas, uno de ellos se había descolgado.

Nos dirigimos al sur de la isla Kri. Si la de Arborek había sido sencillita, ésta sería un desafío para nosotros. Kris nos advirtió que la corriente sería un poco fuerte, y no mentía. Una vez en el agua, sentíamos como nos empujaba, teníamos que controlar el ritmo de las aletas y no gastar nuestra fuerzas y el oxígeno demasiado rápido. Una gran pared a nuestra izquierda que descendía hasta perderse en el fondo. Íbamos en paralelo observando el coral e intentando guardar las distancias, fue toda una experiencia aunque como dice Alberto, con algunos momentos de apuro por falta de un poco más de experiencia. No obstante fue satisfactorio, conseguimos ver una tortuga a escasos centímetros y sólo por eso ya mereció la pena el habernos sumergido.
 

Sabiendo que más tarde y a la vuelta de nuestro buceo partiríamos nuestro viaje más al norte, dejamos las cosas preparadas y no demorarnos. Teníamos que aprovechar las horas de luz, aunque no llegaríamos demasiado lejos y terminaríamos improvisando en una de las islas que nos encontramos.
 

El cielo nos quería regalar un bonito atardecer y vaya que si lo conseguiría. Este era sólo el comienzo…
 

¿Qué habrá pasado cuando la noche empezó a caer? no dejen de descubrirlo en el siguiente post. Les dejo con la intriga.

 

Sorong y más

 

El viaje no había hecho más que empezar y después de nuestra breve estancia en la capital, cogíamos rumbo a Sorong. La introducción que les había adelantado, hacía presagiar muchas cosas pero no me voy a adelantar con los acontecimientos, sino mejor será que les cuente cómo transcurrieron el resto de días. Tampoco dejen de visitar el blog de Alberto para seguir sus relatos, aunque por el momento me lleva un poco de ventaja, pero poquito a poco con lo mío.

Habiendo aterrizado bien temprano en un aeropuerto en mitad del campo y con una sala de espera minúscula y a la espera de que nos entregasen en mano el equipaje que habíamos facturado. A muchos kilómetros de nuestras casas y en un lugar nuevo. Nuestro contacto nada más llegar fue Agus, el patrón del barco que nos llevaría durante los próximos días. Un señor de aspecto amable y con una cierta sonrisa pícara, descubriendo más tarde un lado algo gañán cuando se trataba de recorrer algunas millas más. Junto a él estaría su ayudante y el sobrino, que nos enteramos que estaba de vacaciones en el colegio con lo que aprovecharía la experiencia de pasar casi una semana con nosotros.

Momentos antes de subirnos a la embarcación mientras metíamos algunas de las cosas que habíamos comprados en las horas previas. Y es que a pesar de haber llegado bastante tempranito, siendo domingo, se ve que la gente se tomaba las cosas con bastante calma y hubo que hacer algo de tiempo hasta que pudiéramos ir a uno de los supermercados cercanos para aprovisionarnos de cosas.
 

Bolsas con latas de comida, noodles, fruta, bebida… provisiones suficientes para tener nuestro almuerzo y cena, aunque tampoco nos faltaría arroz porque Agus y compañía cocinarían para nosotros y luego nosotros sólo teníamos que buscar un poco de acompañamiento, inventiva 🙂
 

Creo que no nos faltaba de nada, luego sería más difícil estando en medio de la nada pero bueno, en eso consiste la aventura no? Afrontamos con una sonrisa la etapa inicial de nuestra travesía. Vamos allá chicos!
 

Al poco de zarpar, pasamos algunos barcos de mayor envergadura que el nuestro. Nos fijamos en que otros extranjeros momentos antes habían subido a unas zodiac que los llevaba a uno de estos barcos, los denominados «live aboard» y en los que seguro ni te enteras de la travesía hasta Raja Ampat, pero claro, eso tiene un precio ciertamente elevado y nosotros optamos por algo más a nuestro alcance, pero ni tan mal.
 

Sabiendo que tendríamos unas cuantas horitas de barco por delante, lo mejor era acomodarse lo mejor posible. Alberto y Dani los veía con intenciones de echarse una cabezadita mientras que yo leía un poco el libro que había comprado en el aeropuerto de Hong Kong antes de partir. No nos ibamos a imaginar que a los pocos minutos de partir, el motor le daría por empezar a carraspear y tuvimos que hacer una parada en la isla de en frente.
 

Ni que decir que cuando nos aproximamos a la pequeña isla «Pulau Doom«, los primeros en recibirnos fueron los niños. Correteaban de un lado a otro y se daban chapuzones entre los barcos que estaban allí amarrados. Seguro que no todos los días aparecen tres extranjeros como nosotros a hacer una paradita. Algo que pensamos sería cuestión de poco tiempo, terminó alargándose por espacio de más de 2 horas. Parece ser que alguien con muy mala fe, vendió gasolina mezclada con agua y eso al motor no le sentó nada bien. Confiamos en que todo estaría bien después de hacer las reparaciones pertinentes, pero claro, nosotros mientras tanto poco podíamos hacer al respecto.
 

 

Dani aprovechó para darle caña a su indonesio y charlar con Agus y compañía, a la espera de que uno de los locales viniera a echarnos una mano con la reparación. La carcasa del motor encima del bote y luego dále que te pego durante unas horas para dejarlo en condiciones y pudiéramos continuar el viaje con garantía.
 

 

Antes que estar dentro del barco todo el rato, y a dar una vuelta por los alrededores para curiosear. Lo que es andar no apetecía demasiado porque el sol empezaba a ser intenso, pillar algo de refrigerio en una de las tienditas y rodear la manzana. Igual un paseo en uno de estos carricoches, pero mejor que no, que seguro se nos ponen a regatear y eso da mucha pereza.
 

Las casitas bajas, rodeadas de vegetación y con caminitos que las conectan. Por momentos, no me parecía que estuviese en Asia sino que nos habíamos transportado a algún poblado caribeño. Y no es porque haya estado en América pero de lo que uno ha visto por las noticias o documentales, el parecido era bastante grande. Creo que nos dijeron que no había más de 1000 habitantes en la isla, o igual me equivoco, ahora dudo. No les faltaba su pequeño mercado local o algunos kioskitos donde comprar agua, tabaco o golosinas varias.
 

Para nuestra alegría, a eso de las 3 de la tarde pudimos continuar con nuestra viaje. La reparación del motor había concluído y enfilamos hacia el norte. Ahora lo suyo era aprovechar las horas de claridad porque luego por la noche la navegación puede ser algo más complicada. Emprendimos la marcha y cuando llevábamos apenas una hora y media de trayecto, nueva parada en el camino pero esta vez no porque el motoro hubiese fallado, sino que, las condiciones metereológicas no pintaban bien si avanzábamos más al norte y era prudente hacer una parada para ver si el tiempo mejoraba o en cambio, teníamos que pasar la noche en un lugar improvisado. Parece que la suerte no estaba de nuestro lado en estos primeros compases pero ni mucho menos nos ibamos a desanimar.

Llegamos a la isla de Pulau Batanta en la que nos recibieron nuevamente con sorpresa y de forma muy amigable. Pues nada, será cuestión de poner los pies en tierra y ver qué nos ofrece esta isla y su gente. Recorrimos sus calles mientras los niños correteaban de un lado a otro, poco a poco más gente se hacía eco de nuestra presencia y algunos se nos unía. Uno de los habitantes nos estuvo contando un poco sobre la isla y nos acompañó en nuestro pequeño paseo.
 

Momentos como el ver a un niño guiando un neumático con un palo y corriendo a toda velocidad, me hizo transportame en el tiempo, a una época que ni siquiera era la mía. Uno se da cuenta que a veces se puede ser más feliz con cosas tan simples como esas. Da mucho que pensar cuando volvemos a nuestro mundo tan civilizado y a la última en tantos aspectos. Y también ver cómo hay un afecto especial entre los chicos. Porque lo que son mujeres, pocas se dejaban ver. Imagino que harán más vida casera y criar a los niños.
 

El gris del cielo hacía temer lo peor, que hubiese una tormenta o que el mar estuviese demasiado revuelto como para continuar. Finalmente, la buena noticia para terminar el día: «podíamos continuar con nuestra travesía». Era momento de despedirnos de la gente que nos había acompañado tan amablemente durante el rato que pasamos en la isla.
 

Estábamos a tiempo de seguir tirando hacia el norte y hacer noche en una de las islas que Alberto tenía señalada en el mapa. Una buena señal sin importar que se nos hiciera de noche, pero estando ya cerca de nuestro punto final (Pulau Kri) durante esa jornada y dormir en una de las cabañitas del hotel familiar «Yenkoranu«.

 

Volviendo a Indonesia

 

Sé que no tengo perdón pero cuando no es una cosa, es la otra y pasan los días casi sin darse uno cuenta. Aprovechando que hoy es día 26 y hace justo un mes que regresásemos los tres del viaje a Indonesia. Alberto y Dani y este servidor. Atrás quedaba una experiencia que tardaremos tiempo en olvidar, que digo, algo que recordaremos siempre. No se crean que voy a contar el viaje de atrás para delante, ni mucho menos, sino al menos dar unas pinceladas de lo que acontecieron esos días por aquellas tierras; un aperitivo que de pie a contar las distintas etapas del viaje.

El punto de partida era Yakarta en la noche de un viernes. Salir del trabajo un poco antes y para el aeropuerto. Unas cuatro horitas y algo de vuelo, llegando una hora antes de la media noche. Luego sólo quedaba pasar los trámites habituales: inmigración, coger la maleta y en taxi al centro de la ciudad. Quizás si hubiera pillado vía Singapur me hubiera salido un poco más económico, pero no compensaba porque sería algo más paliza y hubiera tenido que salir con algo más de antelación. En fin, a lo que iba. Dani llegaba de Singapur y Alberto ya andaba por Indonesia desde unos días atrás visitando templos. Tocaba una noche de marcha por la capital y al día siguiente en plan relax que luego a la noche tocaba coger nuestro avión que nos llevaría hasta Sorong en la parte más oriental, en la isla de Papúa.

Nos esperaba un trayecto interesante haciendo escala en Makassar, pero con muy poco tiempo de espera, algo que nos inquietaba pero que al final todo salió como la seda y destino final en Sorong. Intentar dormir en los vuelos, de unas 2 horas y poco cada uno, y tener fuerzas para todo el día del domingo que nos esperaba nada más llegar.

En último vuelo cuando ya empezaba a amencer pudimos ver algunos de los islotes a medida que hacíamos el descenso. Ya casi estábamos 🙂
 

Para los siguientes días, tocaría hacer sus millas a bordo de un singular barquito y con los que serían nuestros compañeros durante la travesía: el patrón del barco, su sobrino y un ayudante. La aventura había dado comienzo. Surcaríamos las aguas hacia el norte con la misión de disfrutar del enclave de Raja Ampat, el objetivo principal de nuestro viaje.
 

Este muellito sería también nuestro compañero durante algunos días. Desde él contemplaríamos el paso de barquitas, cómo llegaban los atardeceres o echándonos una siesta en las hamacas allí colgadas. Y con ojito de caminar firme sobre los tablones, especialmente de noche, aunque era más seguro de lo que parece 🙂
 

Tres fotos que ilustran a grandes rasgos nuestro viaje y seguro que hacen que les sepa a poco a poquito, lo sé.. En días siguientes vendrán posts un poco más extensos, sigan al loro. Mientras tanto no dejen de pasarse por el blog de Alberto que ya ha escrito unos cuantos posts y súper completos que no tienen desperdicio.

 

Cenaka

 

Una de las cosas que más ilusión me hacía yendo a Tokio, era poder encontrarme con Alberto al que llevaba tiempo queriendo devolverle la visita. Parece mentira que lleve más de 1 año largo por aquellas tierras y en este tiempo hemos tenido ocasión de juntarnos por 2 veces: una cuando fuimos con sus amigos a Guilin y Yangshuo y la más reciente yendo a Tailadia y Singapur, y el viaje con un fin de semana largo cuadró bastante bien, aunque ya se sabe que siempre sabe a poco.

El sábado nuestro avión llegaba a Narita a eso de las 2 de la tarde pero entre pasar inmigración, coger la maleta y llegar hasta el centro de la ciudad junto con buscar nuestro hotel, pues se tarda un cachito. Finalmente, fuimos con el tiempo algo justos y la hora inicial a la que íbamos a quedar con Alberto, tuvimos que retrasarla un poco, pero llegamos que es lo importante. El lugar de encuentro fue cerca de Yodobashi Camera, el tan conocido centro de electrónica en Akiharaba. Desde allí nos fuimos a dar una vuelta por Shibuya y casualmente después de haber subido al Tocho, terminamos cenando no muy lejos de allí. Decidimos entrar en un izakaya después de haber dado una vueltita a la manzana por si veíamos algo más que nos convenciese. Vamos que hay ganas de comer.

El sitio tenía varias plantas y tras preguntar por una mesa para tres, nos indicaron que había que subir en el ascensor para llegar hasta nuestra mesa. Era bastante acogedor y con unas salitas como algo privadas que una vez la gente finalizaba, bajaban como una persianita. Justo esta mesa había quedado vacía y nosotros estábamos al lado opuesto.
 

Vamos a por los menú, un vistazo rápido. Guiarse por las fotos y con la ayuda de Alberto que se maneja mejor con el idioma. Momento de llamar para pedir: ¡Camarerooo!
 

Ahh! que no es así? y no es porque lo haya dicho en español, y es que hay que tocar un botoncito que si se fijan está a la izquierda en la foto anterior. Aquí pueden verlo un poco más en detalle. Y tal cual lo apretamos: ding dong, ding dong… y aparece nuestro buen camarero listo para tomarnos nota (toquetear en una especie de pda)
 

Y mientras esperamos con algo tendremos que entreternos. No recuerdo que miraría en ese momento, creo que alguna dirección o justo le había mandado un mensaje Chiqui con el que nos veríamos más tarde.
 

En lo que una de estas llega nuestro primer plato para ir calentando motores. Una racioncita de sushi variado para cada uno, salsita de soja y cervecita. ¡Buen comienzo!
 

Seguimos con unos pinchitos que tienen espárrago dentro. Muy ricos con el toquecito del limón.
 

Y casi de la mano, una bandejita con pollo con hierbitas y rematando con un takoyaki espectacular.
 

 

La pregunta: ¿nos quedamos con más ganas de comer? cierto que las raciones estaban bien servidas y después de los platos que les he comentado hace nadita, la sensación de satisfacción había ido en aumento, pero aún teníamos hueco para algo más. Aunque creo que si no recuerdo mal, hay un plato entremedias que pedimos, pero voló en segundos con lo que anduve algo lento para fotos 😀

Por supuesto que entre bocado y bocado tuvimos tiempo para charlar y ponernos al día. Fue una cena muy buena y lo mejor de todo, una gran compañía.

¡Buen finde a todos!