Momento Wayag

 

Hasta aquí habíamos llegado y nos esperaba otro gran día por delante. Una cenita de las nuestras, charlar un poco después de la odisea por la mañana y coger el sueño prontito. Poco más podíamos hacer cuando pasaban de las 10 de la noche, tan sólo escuchar un poco de música o leer.

El tiempo estaba de nuestro lado cuando comenzamos una nueva jornada del viaje. El cielo azul hacía presagiar que sería un buen día y vaya que sí lo sería. Salimos de nuestro refugio con un par de guías que nos acompañarían durante buena parte del día. Ellos son los que mejor conocían la zona y sus recovecos. ¡Vamos allá!
 

La zona a la que accederíamos distaba como mucho unos 20 minutos de barquita, un paseo agradable al comienzo del día. A pie de playa: el color turquesa del agua y las formaciones rocosas salpicando el paisaje, pero tendríamos que irnos un poco más arriba para contemplarlo mejor.
 

Descendemos del bote y nos adentramos entre la vegetación ¿Preparados? este es el momento que hemos esperado durante todo el viaje. Nos queda escalar monte arriba hasta la cima. Momento de seguir a nuestros intrépidos guías que ni siquiera llevan cholas y uno contempla con asombro como trepan por las rocas como si tal cosa, es lo que se dice estar adaptados al terreno. Nosotros con cuidado y sabiendo dónde agarrarse bien.
 

Vamos ascendiendo poco a poco y tras algunos metros con el efecto de la humedad, el sudor se hace más presente. Alguna paradita para secarnos las frente y darnos de lo que vamos dejando allá abajo. La playa y las rocas se van haciendo chiquititas.
 

Calculo que el ascenso total no más de diez minutos, con un camino sin trazar y agarrándonos a troncos de árboles y rocas; sólo nos hubiera faltado un machete para hacerlo más auténtico, aunque la vegetación no era tan tupida. Y aquí estamos señores, en lo alto. Disfrutemos de las vistas y del silencio 🙂
 

Alberto no duda en escalar un poco más para buscar un sitio privilegiado y no perderse detalle. A continuación unas fotos para su disfrute. Tan sólo verlas es como teletransportarse hasta allí.
 

 

 

 

Ahora sentado en la mesa de trabajo, cerrar los ojos y casi como estuviera allí, recuerdos imborrables. ¡Objetivo conseguido chicos!
 

Si la subida se las traía, el descenso no iba a ser menos con el factor inercia en nuestra contra. Algún que otro resbaló tuvimos pero sin consecuencias que lamentar. Dentro de lo que cabe las rocas tenían formas redondeadas con lo que de caernos, el raspón sería menor. No obstante, con cuidado de donde pisar y agarrarnos.

Menudo aperitivo, más bien plato del día, y eso que apenas habíamos empezado. Ensimismados por el paisaje, continuamos entre los islotes para seguir explorando la zona. En nuestro barco siempre con buen rollo y una sonrisa antes que nada, mientras el motor aguante y no andemos escasos de gasolina, no Agus? jaja, que sino luego se nos ponía tristón y esa carita que ponía era bastante cómica.
 

 

La vegetación de estos islotes tan tupida y que aprovecha hasta el máximo el espacio, sin embargo, siempre hay algún caminito que nos lleve hasta la cima que sólo nuestros guías conocen. Sería nuestra segunda parada de la mañana y sin duda, la que más peligro tenía. No porque lo probase yo, que tuve un pequeño percance en el bote al darme un tirón en el tobillo izquierdo de la forma más tonta y por precaución me quedé en la embarcación mientras Alberto y Dani se perdían islote arriba.
 

A su vuelta, poder contarlo y de cabeza al agua para refrescarse un rato. El sol del mediodía estaba empezando a hacer justicia y creo que no tardaríamos en empezar a regresar para estar de vuelta a la hora de la comida. Un menú de los nuestros nos improvisaríamos 🙂
 

Por la tarde, con un plan más relax y sin la necesidad de tener que escalar, otro de los guías se prestó a acompañarnos y mostrarnos otra de las zonas de islotes. Por muchos que viéramos ese día, no nos cansaría y no dejaríamos de asombrarnos de la diversidad de formas y sobre todo los colores.
 

Nuestro guía no perdía de vista el frente e iba orientando a Agus para saber hacia donde tenía que dirigir la embarcación. Con ritmo lento y hasta por momentos parando el motor ayudándonos con un palo para avanzar debido a la poca profundidad y evitar que nos quedásemos atascados.
 

Nos encontraríamos con la presencia de una tortuga que avanzaba con toda su parsimonia a pocos metros de nosotros. De resto, todo muy tranquilo y con pocos pececitos por los alrededores.
 

Auténtico espejo alguna de las zonas de agua que sólo se veían interrumpidas por nuestro paso
 

Y los manglares que cierran el paso entre algunas de las lagunas. La vegetación se abre paso allá donde puede, diversidad es la palabra.
 

 

¿Ven la zona blanca un poco más al fondo de la foto? Un banco de arena que tuvimos que ir bordeando con cuidado por el extremo de la derecha. Seguiríamos hasta el fondo donde podríamos ver ya el mar abierto.
 

 

El mar en esa zona nos había advertido que era bastante agitado y razón no les faltaba viendo el oleaje a unos cientos de metros por delante de nosotros. De ahí que para meternos por la zona de lagunas tuvimos que acceder por el sur e ir avanzando entre rinconcitos hasta el norte y poder contemplar esa zona de mar. Sólo le faltaba que de repente saliera un galeón cruzando como en la película de los Goonies, tal cual.
 

Para saltar de alegría con el día que nos estábamos gozando todos. Dani no se lo pensó dos veces y se tiró al agua tan sonriente.
 

Creo que nos podíamos sentir más que satisfechos y sobre todo unos privilegiados por estar surcando aquellas aguas. Me pregunto cuántas personas habrán estado allí, seguro que no tantas como podamos pensar. Una de las ventajas de que el turismo en la zona no esté masificado, sólo unos pocos se aventuran a llegar tan lejos y esperemos que el paso del tiempo no lo estropee. ¿Volveremos algún día? quien sabe…
 

Momento de emprender el camino de vuelta a nuestro refugio. Nuestra última noche en Wayag y al día siguiente comenzar el camino de vuelta hacia el sur hasta Sorong con un par de días por delante. Ibamos mejor de lo previsto con nuestro itinerario. Da gusto cuando las cosas salen mejor de lo planeado, pero mejor andar sobrados de tiempo que no ir justos, por lo que puediera pasar.
 

Es el momento del viaje para enmarcar, dudo que se nos olvide en mucho tiempo. La razón de habernos pegado una odisea de unos cuantos kilómetros a bordo de nuestro fiel longboat con su tripulación. Para que luego nos llamen locos; espíritu aventurero en buena compañía.

 

Amanecer al tres

 

Arriba chicos, es hora de comenzar una nueva jornada. Si la noche anterior habíamos conseguido llegar a buen puerto o algo parecido, y tras pasar una noche al aire libre, tocaba volver a nuestro barco y continuar con nuestra travesía. Las primeras luces del día, un poco antes de las 6 de la mañana nos iban dando los buenos días y ya se empezaban a escuchar algunos ruidos matutinos de los trabajadores que se ponían ya en marcha.
 

¿Y dónde dormimos? pues Dani y yo tal cual en el muellito con las colchonetas y el manto de estrellas sobre nuestras cabezas, mientras que Alberto prefirió meterse en el barco, pero por lo visto la experiencia no fue tan buena o mejor que la nuestra; habíamos aguantado una noche digamos al raso, y en un sitio que nunca nos hubiéramos imaginado. Como compañera una mesita con una emisora de radio que custodiaba un chico durante toda la noche bajo la luz de una bombillita y…
 

rodeados de artilugios metálicos, no para pescar, sino para el cultivo de perlas. Lo que leen, habíamos pasado la noche en los alrededores de una granja de perlas, la cual estaba regentada por un señor que resultó japonés y de lo más amable, aunque inicialmente no fue lo que nos pareció por las impresiones que nos habían transmitido algunos de sus empleados. Alberto pudo poner a prueba su nivel de japonés mientras nos tomamos un vasito de ume, quién nos lo iba a decir en un sitio tan remoto.
 

 

Nos ibamos a adentrar en Aljui, sitio de donde sacaríamos algunas anécdotas curiosas como nos cuenta Alberto. Unos australianos un tanto «simpáticos» nos vendrían a dar la bienvenida. Sorprendidos por nuestra presencia en aquellas aguas y que hubiéramos llegado tan lejos en nuestra embarcación. Nos recomendaron que no nos acercásemos hacia el interior de las lagunas, y se preguntarán el por qué: perlas. Y bien custodiadas por algunas patrullas armadas que no dudarían en perseguirnos si osábamos acercarnos demasiado, esas mismas eran nuestras intenciones, ya te digo 😛 sin entretenernos continuamos nuestro camino explorando el paisaje que teníamos delante nuestro. Formaciones de roca llenas de vegetación y que se extendían hasta donde alcanzaba nuestra vista..
 

 

Todo muy tranquilo, cruzando por el medio de la laguna mientras podíamos ver pegaditas al interior las boyas que indicaban la presencia de las zonas de cultivo de perlas. Era increíble la cantidad de ellas que había, tras un rato perdí la cuenta mientras seguíamos avanzando más y más hasta lo que creíamos que era el final, pero no, estábamos equivocados. Con la cantidad de recovecos que tenía, era mucho más grande de lo que habíamos imaginado.
 

Después de bastante rato navegando en solitario, nos encontramos con este buen hombre en su bote intentando hacer alguna captura. Menudo calor que empezaba a hacer, ni siquiera era mediodía.
 

Formas caprichosas con el efecto de la erosión y haciendo que la roca esté casi a ras de agua. Uno puede ver claramente hasta donde puede llegar el nivel del agua. La naturaleza es sabia y se encarga de recordádnoslo, ella sabe adaptarse a todo.
 

 

Y justo en el momento más oportuno, totalmente solos en mitad de esas lagunas, uno de los motores de nuestro bote volvió a carraspear y Agus decidió que era momento de detenernos. Esperemos que no sea grand cosa y podamos ponernos en marcha en no mucho tiempo, pero finalmente, le llevó su ratito dejarlo a punto. Una nueva prueba de que la suerte estaba de nuestro lado, ¿no les parece chicos? a ver esas caras 😀
 

El motor puesto en marcha y momento de regresar el camino andado. Casualmente terminamos parando en el muelle de nuestros amigos australianos y aprovechar para hacernos el almuerzo en un tiempo récord, continuando el camino hasta Wajag. Habíamos recorrido gran parte del camino y pocos kilómetros nos separaban de la costa, era el esfuerzo final de la jornada. Nuestro bote avanzaba confiando en salir pronto de la tormenta, era momentos de incertidumbre.
 

Minutos más tarde, respiraríamos aliviados al comprobar que habíamos dejado la tormenta atrás y las aguas se volvían más tranquilas y la costa se iba acercando, al tiempo que Agus reducía las revoluciones de los motores; se habían portado como campeones. A ritmo lento nos fuimos aproximando al puerto del lugar en el que pasaríamos las siguientes dos noches. Habíamos llegado, un pasito más en nuestra ruta.
 

Y lo bien que sentaba el llegar a tierra firme.
 

Aunque tampoco era mal momento para darse un chapuzón, más que merecido. El color del agua invitaba a ello, nada más refrescante en aquellas aguas de color turquesa.
 

Pero el baño se vería interrumpido por unos inesperados visitantes. Momento de recogernos y contemplar como varios ejemplares se acercarían rondando el muelle. Se movían a gran velocidad, muy sigilosos.
 

Otro día de emociones fuerte, con su dosis de aventura, granjas de perlas y para culminar el día con una de tiburones. Poco más se puede pedir en lo que llevamos de viaje. Mañana sería el gran día, la razón de este viaje sólo apto para aventureros. No se lo pierdan.

¡Buen fin de semana!

 

 

Caía la noche

 

Después de las buenas sensaciones del primer día habiendo disfrutado con las inmersiones y nuestra estancia en el hostal, nos quedaba la incógnita de dónde pasaríamos la noche. Con nuestras cosas abordo de nuestra fiel «Karimata 5«, así es como se llamaba nuestra embarcación, poníamos rumbo un poquito más al norte y aprovechando los rayos de sol del atardecer. Como siempre, nuestro amigo no perdía de vista el frente por si hubiera algo más adelante y tener que reducir la velocidad del motor. Frecuente que en mitad de la nada, el nivel del mar fuera algo inferior con algún banco de arena y había que tener cuidado, especialmente cuando hay menos visibilidad.
 

Los reflejos del agua y los tonos de la luz con las nubes haría que ese atardecer fuese mágico. Formas caprichosas, el salpicar del agua y el run run de nuestro bote, de resto nada más. Paz absoluta.
 

Una caseta flotante que hace de estación de vigilancia. Una buena forma de controlar el paso de barcos por la zona y también para mantener señalizada durante la noche como referencia. Cuando es noche cerrada cualquier guía es buena y en medio del mar, aún más.
 

 

El agua en total calma y sólo perturbada por nuestro paso. Estaba cual plato y por momentos parecía hasta como si una especie de nube nos llevase sobre el agua, una sensación de lo más extraña pero curiosa a la vez.
 

Dani y yo posamos sonrientes mientras el sol nos alumbra. Habíamos cogido ya algo de colorcito, y es que nunca hay que descuidar el ponerse crema solar porque a nada que uno esté fuera y aunque esté nublado, el sol pega cosa fina. Por suerte no tuvimos que lamentar que ninguno de nosotros nos quemásemos, sólo un ligero tono sonrosadito, jeje..
 

Alberto tampoco quería perderse el espectáculo y se ponía lo más adelante posible y tener una buena panorámica del sol mientras se iba escondiendo poco a poco.
 

La transición de colores en el cielo, algo increíble. Nosotros en medio de la nada y con la vista perdida. El sol quería decir adiós por hoy y se iba oscureciendo. Los tonos amarillos-anaranjados dieron paso a otros rosados, dentro de nada se haría la noche por completo y luego, las primera estrellas.
 

 

 

A todo esto, aún nos quedaría un ratito hasta dar con nuestro lugar de refugio para esa noche. ¿Dónde atracaríamos? Por lo pronto, lo que no iba a faltar era comida, que ibamos con buenas provisiones. Nuestro chef Dani se puso manos a la obra con el pequeño fogón y en pocos minutos tendríamos nuestra cena.
 

El asunto de dormir vendría más tarde, ya nos apañaríamos, aunque tuvimos una buena hospitalidad inesperada. Nunca se sabe cuando va a ser útil un idioma y en esta situación, fue de lo más curiosa la anécdota 🙂

 

Buenos días Kri

 

Nuestra primera noche en el hostal había sido bastante buena dentro de lo que cabe si quitamos algunos ruidos extraños en mitad de la noche, pero nada preocupante, sólo que nos impidió conciliar el sueño durante un rato. Al menos la pasamos resguardados en una de las cabañas, sin olvidarnos el spray para los mosquitos y dejar el ventilador puesto para dormir algo más fresquitos.

La jornada del día anterior con los dos vuelos más el trayecto inicial en el barco, nos había pasado factura y nos fuimos a dormir bastante temprano. Creo que apenas eran las 10 de la noche, y es que al día siguiente, Alberto y yo debíamos madrugar porque íbamos a hacer un par de inmersiones en uno de los resort cercanos. Los primeros rayos de claridad hacía poco que había asomado, todo estaba tranquilo y tan sólo el murmullo de algunos pájaros con el leve sonido del mar con la marea un tanto baja. Agus nos esperaba en su bote para llevarnos al Raja Ampat Dive Lodge situado a unos 15 minutos en dirección este.
 

Las nubes grises cubrían la mayor parte del cielo pero a lo lejos se podían apreciar algunas franjas de tonos anaranjados haciendo presagiar que el sol se dejaría ver un poco más tarde. Nos habían indicado que la lancha para hacer las inmersiones salía a las 8 de la mañana, con lo que debíamos llegar un rato antes. A las siete ya estábamos en marcha, llegar con calma y hacer algunos trámites.
 

 

Un pequeño muellito nos daba la bienvenida al resort. Momento de atracar y despedirnos de nuestro patrón hasta dentro de unas horas. Cogimos nuestras cosas y cruzamos la pasarela que se adentraba entre los árboles en busca de la recepción y gestionar antes que nada, el pago de las inmersiones junto con el alquiler del material.
 

 

Paso siguiente, ir al cuarto de material y seleccionar: neopreno, chaleco y aletas. Tampoco nos podemos olvidar del cinturón de plomos. Una pizarra ocupaba una de las paredes con un mapa de la zona y algunas anotaciones. Imagino que en temporada alta y con mayor ocupación, los grupos de buceadores serán más numerosos y tendrán que tenerlo todo bien planificado. En cambio, ese día que fuimos nosotros, todo estaba muy tranquilo. Junto a Alberto y yo, se nos uniría un grupo de tres alemanes que eran buceadores un poco más experimentados; un poco de compañía tampoco viene mal 🙂
 

Equipo listo y a la lancha. Primera inmersión del día en marcha. Kris, nuestro divemaster, nos indicó que iríamos a un punto donde podríamos ver mantas. Confiamos en que tuviésemos suerte y ver unas cuantas. Mientras la lancha se aproximaba al punto donde nos dejaría, Kris se encargaba de hacernos algunas indicaciones de la ruta a seguir y el tiempo estimado de la inmersión. ¡Qué emoción el poder volver a bucear!
 

Mientras esperábamos para meternos en el agua, vimos como llegaba otra lancha con algunos buceadores más y no tardaría en llegar otra más, eso no era buena señal. Cuanto más gente en el agua, peor sería para intentar ver alguna manta. Los alemanes se hundieron muy rápido apenas se metieron en el agua, en cambio nosotros, con algo más al tener algo menos de experiencia. La suerte no estaría de mi lado cuando en el instante que la lancha decidió moverse al haber un grupo de mantas más abajo en el fondo, el impulso del agua con una de mis aletas (que no estaría del todo fijada) haciendo que la perdiese 🙁 y por más que nuestro instructor y su ayudante intentaron recuperarla, tuvieron que desistir. Lástima, y tener que esperar a la siguiente inmersión.

Mientras los alemanes aprovechaban su inmersión, nosotros nos quedamos en el barco haciendo tiempo y más tarde hacer una pausita y tomar algo de desayuno: cafecito y unos fritos de plátano. Nada de malas caras y con ilusión por hacer la siguiente inmersión.
 

El siguiente punto estaba cerca de la isla de Arborek y a tan sólo unos minutos de donde estábamos. Nada más llegar el agua cristalina y el fondo turquesa dejaba ver el fondo con cantidad de pececitos pasando de un lado a otro. Estábamos listos y esta vez fue todo como la seda, casi media hora de inmersión disfrutando del fondo marino. Fue una gozada poder disfrutar de ese rato a casi 12 metros de profundidad máxima y a nuestro propio ritmo, a la vez que descubríamos los secretos del mar. Nuestros compañeros alemanes fueron buenos anfitriones y uno de ellos me dio una conchita de recuerdo 🙂
 

 

Alberto y yo con cara de satisfacción después de la inmersión. No obstante, aún nos quedaba otra más que después de hablar con el resort pudimos organizar para unirnos a la salida de la tarde y así aprovecharlo, porque a la vuelta nos hubiera sido imposible.
 

Era momento de volver al resort y con un par de horas por delante, con tiempo justo de volver a nuestro alojamiento para almorzar.
 

Y si que estuvimos sincronizados porque nada más llegar, la comida recién servida 🙂 El bueno de Dani que se había quedado por la isla, nos confesó que hacía nada se había levantado. Menuda jartada a dormir que se pegó, pero hizo bien, que para eso eran vacaciones. Ahora lo dicho, a comer!!
 

 

Anda que si este buen señor nos hubiera traido un pescadito de los que llevaba, porque bueno ejemplares si que tenía. Se lo hubiéramos agradecido pero dentro de lo que cabe nos conformamos con arroz, verduritas salteadas y unas tortillitas. El pescadito seguro que caería para cenar, confiamos.
 

Mientras terminábamos de comer, el chavalín que nos acompañaba y uno de los miembros del hostal aprovechabana para pegarse una buena siesta. Seguro que hace tiempo almorzaron, aunque nosotros a esa hora, sobre la 1 y media, tampoco era demasiado tarde. El calor de esas latitudes aunque no con demasiada humedad, invitaba a quedarse en la sombrita y dejarse balancear en una de esas hamacas; es una idea tentadora.
 

En cambio, nos quedaba la inmersión de por la tarde. Poco tiempo para descansar entre el trayecto de Kri al resort (en Pulau Mansuar, isla cercana). Fuimos igual de puntuales que por la mañana pero en cambio nuestros compañeros alemanes parece que iban algo más rezadagos y nos tocó esperar un poquito. Para esta inmersión seríamos sólo un total de cuatro personas, uno de ellos se había descolgado.

Nos dirigimos al sur de la isla Kri. Si la de Arborek había sido sencillita, ésta sería un desafío para nosotros. Kris nos advirtió que la corriente sería un poco fuerte, y no mentía. Una vez en el agua, sentíamos como nos empujaba, teníamos que controlar el ritmo de las aletas y no gastar nuestra fuerzas y el oxígeno demasiado rápido. Una gran pared a nuestra izquierda que descendía hasta perderse en el fondo. Íbamos en paralelo observando el coral e intentando guardar las distancias, fue toda una experiencia aunque como dice Alberto, con algunos momentos de apuro por falta de un poco más de experiencia. No obstante fue satisfactorio, conseguimos ver una tortuga a escasos centímetros y sólo por eso ya mereció la pena el habernos sumergido.
 

Sabiendo que más tarde y a la vuelta de nuestro buceo partiríamos nuestro viaje más al norte, dejamos las cosas preparadas y no demorarnos. Teníamos que aprovechar las horas de luz, aunque no llegaríamos demasiado lejos y terminaríamos improvisando en una de las islas que nos encontramos.
 

El cielo nos quería regalar un bonito atardecer y vaya que si lo conseguiría. Este era sólo el comienzo…
 

¿Qué habrá pasado cuando la noche empezó a caer? no dejen de descubrirlo en el siguiente post. Les dejo con la intriga.