A pesar de que los días de año nuevo son bastante tranquilos y de poco movimiento, hubo uno de ellos que fue distinto a lo habitual. No me imaginaba yo que haría un buen día como si de primavera se tratase, con temperatura cálida y más estando algo más hacia el norte en comparación a Hong Kong. No nos fuimos demasiado lejos, como a una media hora en coche y al encuentro de unos amigos de un familiar de mi novia. ¿Adivinan el plan?
Ni más ni menos que a recoger fresas. Una buena forma de disfrutar el día fuera. Rodeados de algunas huertas cercanas, en las que la gente cultivaba coles, lechugas y otras verduras. Me venían a la cabeza en esos momentos la primera vez que fui a coger fresas en uno de aquellos veranos en Inglaterra.
No me esperaba yo que a mediados del mes de febrero estuviese ya la temporada de fresas. Un aspecto más que apetitoso el de estas fresas y de todos los tamaños, aunque preferiblemente cogía de tamaño medianito porque las más grandes luego no suelen ser las más sabrosas, por norma general. Así ibamos entre una hilera y otra, en busca de una buena captura y llenando la cesta poco a poco.
Al final terminamos con una buena cantidad recolectada, ésta tan sólo era mi cesta pero juntando las otras diría que como unos dos kilos.
La próxima parada sería la casa de unos conocidos, en plan finca y rodeados de una buena plantación de árboles de liches. Tan sólo la casa en medio de tanto árbol y la tranquilidad del lugar, se estaba la mar de bien. Y nuestros anfitriones no tardarían en servirnos un poco de té y darnos algo de fruta.
Poder curiosear en el huerto, echar agua a las plantas o vigilar a los gallos y gallinas entre algunas de las actividades que los más pequeños disfrutaban. Era como recordar los tiempos de las visitas del colegio hace muchos años atrás.
Unas bonitas imágenes de las montañas y las nubes con formas caprichosas. Habían sido unas horas bastante entretenidas.
El día no podía terminar mejor con una abundante cena en la que no faltaban verduras, carne, arroz y sopa. Y entre medio algún que otro brindis con un licor autóctono; nos quedamos más que completos. Las fresas habría que dejarlas para el día siguiente.
Ya con esto estaba como para irme a dormir pero casi que no porque apenas eran pasadas las 7 de la tarde. Y es que los días en el campo, parecen más lentos de lo habitual pero se aprovechan bastante.