Tiempo de buceo

 

¿A qué habíamos ido a Koh Tao? sólo una cosa en nuestra mente: bucear. Esto no iban a ser unas vacaciones, sino que, iban a ser unos días intensos de clase tanto de teoría como de prácticas. Si llegamos a la isla un lunes por la mañana, ese mismo día por la tarde ya empezamos con las primeras lecciones de la mano de Eva que se encargó de explicar los conceptos básicos en esta práctica deportiva.

Fueron unas 3 horitas de clase más luego debíamos hacer unos deberes viéndonos unos vídeos explicativos y hacer un pequeño test. No sé si los vídeos eran un poco densos o ya estábamos cansados pero alguna que otra vez me quedé KO. Y al día siguiente menos mal que no había que madrugar demasiado, y pasaríamos a la siguiente parte del curso. Una vez los fundamentos teóricos dados, tocaba ponerlos en práctica y daríamos paso a la piscina donde manejarnos mejor con el equipo antes de salir a aguas abiertas.
 

Uno de los elementos principales del equipo: el regulador, que nos suministra el aire mientras estamos bajo el agua. También pudiendo usar una toma auxiliar para ayudar al compañero en caso necesario. El buceo puede que parezca peligroso, pero la seguridad es la regla número 1 y si se cumple, sólo queda disfrutar bajo el agua.
 

Todo iba saliendo según lo previsto, avanzando con las siguientes lecciones y las prácticas en la piscina superadas sin dificultad. Llegado el tercer día, era momento de salir a la mar y seguir practicando lo ya aprendido.

Bien tempranito quedamos con nuestros profesores Eva y Gerardo. El día antes después de terminar las prácticas en piscina, habíamos dejado el equipo preparado en su bolsa correspondiente y luego una vez en el barco era hora de montarlo. Dejar las mochilas en la mesa central y ponernos manos a la obra.
 

Alberto y yo posando antes de empezar con los preparativos para descender a las profundidades. ¡Que ganas de meternos en el agua y disfrutar con el fondo marino!
 

Bajo la mirada atenta de Eva comprobamos que todo está en orden. Botella de oxígeno bien amarrada, todas las conexiones bien hechas y que funcionan bien los reguladores junto con el inflado del chaleco. Siguiente paso es enfundarse el neopreno y el cinturón de plomos con cuidado de agarrarlo del extremo adecuado, no vaya a ser que nos llevemos un disgusto dejando caer un plomo.
 

Ya sólo queda echarnos el equipo a la espalda y hacer las últimas comprobaciones con nuestro compañero. Chaleco, plomos en su sitio, nivel de aire, comprobar la fase y los reguladores ¿Todo OK? OK ¿Nos vamos al agua?
 

Durante ese primer día en aguas abiertas, haríamos dos inmersiones con una profundidad máxima de unos 12 metros. Bajo el agua, una media de 30 minutos y pudiendo alargar más si se sabe dosificar bien el aire, eso poco a poco con la experiencia a medida que uno se va encontrando más cómodo. Menos aleteo y dejarse llevar mientras uno disfruta de la vida marina. Y es que el tiempo se pasa volando, es una sensación increíble levantar la cabeza y ver toda la masa de agua sobre nosotros, viendo pececitos de vivos colores y zonas de coral.

Ese mismo día a la tarde tendríamos nuestro examen final teórico que superamos sin problema. El final estaba cerca y al día siguiente, jueves, llevaríamos a cabo dos inmersiones más y con la última de ellas dábamos por finalizado el curso y con nuestro título en el bolsillo. Tan sólo quedaba algún trámite administrativo y obtener nuestro carnet temporal de PADI Open Water, yeah!! como dijo en su día Ignacio Izquierdo: «ya somos pececitos certificados»

Hasta la fecha no hemos tenido ocasión de volver a bucear, pero tiempo al tiempo. He de buscar para algún fin de semana que otro, algún rincón de Hong Kong donde poder hacer alguna inmersión. Al igual que en próximos viajes que llevemos a cabo, aprovechar y descubrir más sitios donde poder bucear. Quien sabe, igual más adelante me animo con el Advanced. Poco a poco y disfrutar del buceo.

P.D: Gracias Alberto por algunas de las fotos para ilustrar esta entrada.

 

Llegamos

 

El final del viaje estaba cada vez más cerca, y es que después del trayecto en tren, sólo nos quedaba por coger un barco que nos dejaría en la isla de Koh Tao, nuestro destino final.

En estos viajes, lo mejor es tomarse las cosas con paciencia ya que las prisas no conducen a nada. Bájate del tren, esperar un rato en la estación hasta que nos indiquen hacia donde debemos ir. Al menos, estaba todo bastante organizado, aunque fuera en plan ganado con la correspondiente etiquetita para no extraviarnos. La guagua que nos llevaría hasta el ferry, casi otra media hora pero cuando uno llega a la costa y ve el mar, momento en el que el sol empieza a despertar: no tiene precio.
 

Un puentecito de madera de apariencia frágil nos llevaría hasta el ferry que espera a sus ocupantes para poner rumbo. Un nuevo día ha despertado, con algo de cansacio en el cuerpo pero sabiendo que queda menos, vaaamos!
 

Colocar las maletas, buscar asientos libres mientras el barco se va llenando y se prepara para salir, parece que ya no queda nadie más. El aire acondicionado a tope y yo con mi suéter en la maleta sin haberlo podido sacar antes. En cambio Alberto sí que había sido más previsor y se encontraba más confortable con un suéter que sacó a tiempo. Al menos, la travesía no va a durar mucho y pronto podremos disfrutar de la cálida temperatura exterior. Mientras tanto no viene mal echar una cabezadita.

Al cabo de 1 hora y media, si no recuerdo mal, llegábamos a la isla de Koh Tao con una primera parada en el resort ubicado en Koh Nang Yuan, unos pocos viajeros se bajan y continúamos en dirección a la siguiente parada, la nuestra. Allí nos esperaba una furgoneta que nos llevaría hasta nuestro alojamiento Ban´s Diving Resort. Qué ganas de dejar las cosas y poder estirar las piernas un rato, ¿hace ir a la playita? Dicho y hecho… ¿Y lo siguiente? un jugo fresquito de mango y otro de sandía. ¡Perfecto!
 

 

Habíamos llegado a Koh Tao, yo creo que no eramos conscientes, no? Curso de buceo, allá vamos. Pero eso ya sería a la tarde cuando empezaríamos las primeras lecciones. Eva, Sebastián y Gerardo nos acompañarían durante los siguientes días durante las clases y las prácticas. Un placer que los tres se portaran tan bien con nosotros. Si están con el gusanillo de aprender a bucear y empezar con el curso de Open Water, no dejen de visitar la Viajar y Buceo. Si van a Koh Tao, no dejen de visitarles.

Ahora empezaba lo bueno 🙂
 

Larga noche

 

Hora de poner rumbo al sur de Tailandia con destino final en la pequeña isla de Koh Tao, pero antes nos esperaba un trayecto interesante. Para comprar los billetes de tren, confiamos en internet y en la buena fe de la agencia Thailand Train ticket, que una vez realizada la compra nos entregaría los billetes en el hostal donde teníamos pensado alojarnos durante nuestra estancia ese fin de semana en Bangkok. Y la cosa salió bien, pero lo mejor estaba por venir.

Después de haber pasado el fin de semana recorriendo las calles de la ciudad, entre turisteo y un poco de vida nocturna, el domingo a la noche emprendíamos la marcha. El punto de partida era la estación de trenes de Hua Lamphong.
 

Nuestro tren salía a las 19.30 horas pero llegamos a la estación como con casi 1 hora y media de antelación. Tiempo suficiente para ubicarnos, enterarnos desde qué andén salía el tren y buscar un sitio para comer algo. La actividad de un domingo tarde era bastante animada, gente tanto en los bancos como en el suelo y pendiente de los paneles o los avisos que se escuchaban por megafonía, aunque la verdad no muy claros.
 

El tiempo avanzaba lentamente, las seis y media marcaba el reloj mientras disfrutábamos de un pad thai y un arroz frito con algo de agua y jugo de sandía. Reposar la comida mientras llegaba la hora.
 

Nos habían avisado que debíamos estar unos 20 minutos antes de salir. Ya teníamos ubicado nuestro tren y ahora ibamos en dirección hacia nuestro vagón. Más gente nos acompañaba y se iba subiendo a su vagón correspondiente. Ya sólo ver el tren por fuera, hacía presagiar que sería aún más interesante por dentro.
 

Alberto con los billetes en mano iba inspeccionando los números de las literas en busca de las que nos habían asignado. El interior del tren hablaba por sí solo. Me pregunto de qué año sería el tren en cuestión. Con lo básico, pero suficiente para estar medianamente cómodos durante las horas que pasaríamos allí.
 

 

Último vistazo a la estación desde el interior del vagón, dentro de poco comenzaría nuestro viaje rumbo a Chumphon. Por delante, unas ocho horas de viaje que al final sería dos horas más de las esperadas, gracias al revisor que nos recordó cuando llegaríamos a la estación, aunque llegó a ser un poco inquietante eso de habernos quedado parados en medio de la nada, Alberto en su relato no se dejó ningún detalle por contar, les recomiendo que lo lean si es que no lo han hecho ya.
 

Con el traqueteo del tren después de iniciar la marcha, cervecita en mano mientras se siente la brisa que entra por la ventana. Un poco de palique con nuestros vecinos de litera, unos chinos que iban de camino a Koh Samui a pasar unos días de relax. Poco a poco la gente iba pidiendo que les montaran la litera, dicho y hecho uno de los trabajadores del tren con un arte tremendo, iba montando litera tras otra. Sábanas y almohada incluída, un fenómeno.

Sobre las 9 y poco de la noche cuando se iba notando algo de cansancio, tiempo perfecto para irnos a dormir. Una hora no del todo habitual pero había que darle descanso al cuerpo para el resto de viaje que nos quedaba. El aire del ventilador nos permitiría dormir algo más frescos, una opción mejor que la del aire acondicionado que a veces puede llegar a ser de un frío algo extremo. Eso sí, me extrañó que no apagaran en ningún momento durante el trayecto las luces del pasillo, pero se pudo conciliar el sueño sin problemas.
 

Próxima parada Chumphon y… barquito hasta Koh Tao. Ya queda menos 🙂

 

Un lugar tranquilo

 

Uno de los últimos sitios que visitamos en Bangkok, dista de ser un sitio a rebosar de gente y nos vendrá genial para desconectar del ajetreo habitual de la ciudad. A pesar de ser un lugar que viene en la mayoría de guías, creo que la gente lo pasa un poco por alto y en parte está bien porque así no está tan saturado. Se trata de la casa-museo de Jim Thompson.

Para llegar hasta el lugar, cogimos el BTS y nos bajamos en la parada del Estadio Nacional que queda prácticamente al lado (parte inferior del mapa). Después de apenas unos 5-10 minutos caminando llegamos a la casa, no tiene pérdida.
 


Ver mapa más grande

 

¿Y quién es el personaje en cuestión? Jim Thompson fue un americano enamorado de Tailandia, aunque previamente había estudiado arquitectura, se unió al Ejército además de dar servicio a la CIA lo que le permitió ver bastante mundo. Fue Tailandia uno de sus destinos el cual le haría pensar en establecerse de forma definitiva. Impulsor del negocio de la seda tailandesa, a la cual le daría fama mundial. En total estaría 22 años en el país, hasta que en el año 1967 mientras estaba en las islas Cameron Highlands (Malasia) desapareciera misteriosamente, quedando la incógnita de su desaparición. No obstante, su legado continúa en forma de museo, fundación y el negocio de las sedas que ayudó a impulsar.

La que en su día fue su residencia, hoy convertida en museo para el disfrute de los turistas. Lo bueno es que lo tienen organizado en grupos y hay un guía que va explicando un poco de la vida del señor Thompson y algunas anécdotas, así como, detalles de la casa y sus distintos elementos decorativos. Rodeada de abundante vegetación, apenas se escucha nada por los alrededores, casi como si uno estuviera en medio de la selva.
 

 

 

Decidió mezclar el estilo de construcción tailandés junto con el gusto occidental y donde se esconden detalles curiosos como algunos marcos de ventana tallados. La madera es el material predominante, con su sonido particular cuando uno va caminando (descalzos, ya que, es la costumbre), mientras vamos recorriendo el interior de las habitaciones. Lástima que no pudiéramos sacar fotos del interior, así que, les dejo la intriga o que puedan ir a verlo con sus propios ojos 🙂
 

 

Antes de entrar en la casa, se hace un recorrido por el jardín mientras se bordea y se entra por la parte trasera. El ambiente es muy fresco al estar rodeada de tantos árboles, apenas se notaba el sol, tan sólo algunos rayos que se colaban entre las ramas.
 

 

Algunos de los elementos decorativos de la planta baja como: elefantes o vasijas de cerámica, algunos con unos cuantos siglos de antigüedad. El buen gusto y los materiales nobles no faltan, el señor Thompson sí que sabía rodearse bien.
 

Después de haber terminado la visita y curiosear un poco en la tieda de seda, si lo deseamos, hacer una paradita para tomar un té, café o jugo de frutas. Sentados a la sombrita mientras escuchamos el sonido del agua y el chapoteo de los peces en un pequeño estanque cercano; muy relajante. Suerte que llegamos antes de que cerraran el café.
 

 

Para nuestra sorpresa, había un grupo de gente en pleno proceso de preparación para la celebración de una boda esa misma tarde. Desde luego que el sitio es acogedor y perfecto para reunir a los familiares y amigos.
 

Un rincón de la ciudad que merece ser visitado y tan sólo nos llevará apenas un par de horas visitar. Sólo por romper con la rutina y disfrutar de un lugar tranquilo.